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  • ANA MARIA RIVAS

Toda historia tiene un comienzo...

Actualizado: 22 sept 2022

No sería justo hablar de las enseñanzas de mi padre, sin por lo menos crear un contexto que les dé una idea de quién y cómo era.


Le decían “El Paisa”, no sólo por sus orígenes, sino porque fue el creador e imagen viviente de “El Paisa”, una empresa de snacks saludables que creó hace 38 años, cuando él y mi mamá, recién casados, se quedaron sin un peso tras una sorpresiva enfermedad que lo dejó convaleciente (ya llegaremos a eso).


Era todo un personaje… siempre dejaba una fuerte impresión en todas las personas que conocía, ya fuera porque los hacía reír con sus ocurrencias, los incomodaba con sus imprudencias o los dejaba sin palabras con su manera de hablar, directa y llena de groserías.


Nació en Manizales, y fue el menor de seis hermanos (cuatro hermanas y un hermano, además de él), cinco de ellos que lo acompañaron durante toda su infancia (ya que una de sus hermanas murió cuando era muy pequeño).

Mi abuelo fue un gran abogado, yo nunca lo conocí porque murió antes de que yo naciera, pero sé que era un hombre que se destacaba por su honestidad y su rectitud. Asumo que de ahí fue de dónde heredó esas cualidades mi padre.

Mi abuela, como buena ama de casa, era una experta cocinera y pastelera, sabía decorar ponqués con un detalle y precisión increíbles, pero también tejía, remendaba cosas y ayudaba a recaudar dinero para las personas más vulnerables.

Allí, en una familia con pocos lujos, mi papá tuvo una infancia feliz, hasta que mi abuelo murió a sus 58 años y decidió irse a la armada. En este lugar permaneció 2 años y tras un accidente que le impidió embarcarse en buque Gloria, decidió irse a vivir a Bogotá a estudiar Diseño Industrial en la Javeriana.


El matrimonio

En la universidad conoció a mi mamá y contra toda probabilidad se enamoraron. Él decía que era una “culifruncida” y mi mamá no se lo aguantaba. Eran completamente opuestos: ella era de una familia pinchada y siempre vivía arreglada, mi papá era totalmente descomplicado, a tal punto que iba a la universidad descalzo…


Un día fueron juntos a una fiesta, más o menos obligados por el mejor amigo de ambos, y después de hablar un poco, se quedaron gustando. Mi papá no tenía plata, entonces en la primera cita la invitó a montar en buseta, tomar fotos de la ciudad y le regaló una chocolatina Jet. Ahí mi mamá se fue enamorando de su sencillez y de su manera única de hacer las cosas.

Año y medio después mi papá le propuso matrimonio. Ella estaba a punto de irse a Europa a comenzar su carrera artística, pero se quedó por mi padre, y a pesar de que mi abuelo (por parte de mamá) trató de persuadirlos de que no se casaran (porque económicamente no estaban preparados), el amor entre ellos era más grande y lo hicieron.


A los 2 meses de casados mi papá se enfermó, le dieron dos abscesos hepáticos amebianos. Los médicos decían que no había nada más que hacer, lo único que estaba en sus manos era cumplirle sus últimos deseos de vida. Y así fue, mi abuela materna le llevó su última cena: un coctel de camarones, y con él, mi papá se despidió de toda la familia sin saber que al día siguiente despertaría con vida.


Mi papá siempre nos contaba que en sus delirios de moribundo había visto una “vieja mona empelota, montada sobre un caballo al final de un túnel” y que le decía que la siguiera, pero él no quiso hacerlo, se fue en el sentido contrario, y cuando despertó, estaba vivo.


Y fue así como milagrosamente (y con un poco de ayuda de un medicamento mal dosificado por mi madre) que sobrevivió, pero salió de la clínica sin alientos, sin plata (porque durante su enfermedad había tenido que cerrar una carpintería que tenía), con un año de incapacidad y pesando tan sólo 30,5 kilos.



El negocio

Durante la recuperación de mi padre se quedaron sin un peso. Para sobrevivir vendieron muchos regalos de matrimonio, mi mamá pintaba cuadros pequeños que ofrecía como obsequios perfectos, mis abuelos les llevaban mercado de vez en cuando para que no se murieran de hambre y otros amigos y familiares hicieron colectas para ayudarlos, pero no era suficiente, mi papá seguía débil y tenían que buscar una fuente de ingresos.


Así, de la angustia, la necesidad y las ganas de salir adelante, gracias a la idea de Lina Londoño, una amiga de la familia, mi papá llamó a su mamá para preguntarle cómo se hacían las arepas. No sería una tarea fácil porque ninguno de mis padres sabía mucho de cocina, pero estaba decidido, iban a sobrevivir haciendo y vendiendo arepas.

Con la poca plata que tenían mi papá fue al mercado y compró una libra de maíz, pero en el primer intento se les pasó de cocción y todo lo que habían comprado se les quemó; pero si hay algo que siempre lo caracterizó fue su recursividad y perseverancia, lo intentó y lo intentó, y hasta un taladro usó para poder moler el maíz más rápido, hasta que finalmente lo logró.

Una vez el producto estaba listo, mi mamá se robó la libreta de direcciones de mi abuela y empezaron a promocionar y a vender las arepas entre todos los conocidos de la familia.


Y fue allí, en ese preciso momento, en el que las ganas de salir adelante y la ilusión de la llegada de mi hermana (porque aún convaleciente encontró la manera de dejar embarazada a mi madre), mi papá sembró las semillas de El Paisa. Empezó con productos congelados: papas precocidas, corazones de yuca y bolitas de aborrajados (ahorita están de moda, pero en esa época eran productos muy diferentes y arriesgados), y posteriormente fue migrando a los fritos, porque “eso de tener que tener todo congelado es un gallo”, decía.


En los años siguientes la empresa asumió dos quiebras y fue la patrocinadora de varios inventos y pruebas de mi padre, entre las cuales se destacaron mango biche, arracacha, zanahoria y remolacha frita. Productos increíbles que tal vez nacieron en la época equivocada, porque si hubieran salido hoy probablemente hubieran tenido un destino diferente, pero que dejaron en mí los recuerdos y las enseñanzas más maravillosas: hacer lo que te gusta, hacerlo bien (porque la calidad siempre fue un pilar para mi papá) y hacerlo sin importar lo que pase: “hay que probar, hay que ensayar y ver qué pasa”.


Pero de todas las cosas, de todas las anécdotas (algunas que probablemente les contaré más adelante), el legado más lindo y más significativo que me dejó mi padre, fue el de hacer las cosas con amor. Siempre se preocupó por los demás, siempre puso a sus empleadas y a sus seres queridos primero y siempre actuó desde el corazón.


Su segunda misión, además de amar a su familia y meterle toda su energía y esfuerzo a su negocio, fue ayudar a otros emprendedores a emprender su camino, y hoy, muchas de sus palabras se quedan conmigo con el fin de acompañar y ayudar a otros que alguna vez quisieron ser, son o serán, emprendedores de corazón.


A todos y todas que leen esto, bienvenidos. Espero que me acompañen en este intento por recordar, aprender y soñar, porque la verdad es que cumplir los sueños es algo maravilloso, pero muchas veces lo más lindo y divertido, está en disfrutar el camino.


*Aquí les dejo la página de El Paisa, la empresa que fundó mi padre, hoy en día a cargo de mi hermano que amo y admiro profundamente http://precocidoselpaisa.com/index.html


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